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Shelter III, Ernesto Oroza, 2013
Tigertail Fundraiser
October 12, 2013, 7:00 – 11:00 pm
Miami-Dade County Auditorium On Stage Black Box
2901 W Flagler St., Miami
Navidad en el Kalahari (el continuo molecular)
Gean Moreno – Ernesto Oroza
Quizás el árbol espera en su semilla, pero el hombre no espera en sus huesos.
Samuel Feijóo
1.
Hay una semilla alojada en las entrañas de un camello. El animal duerme en el oscuro establo de un barco que espera el amanecer en el puerto de San Cristóbal de La Habana. Con la primera luz el contramaestre da la orden de iniciar las labores de descarga. La tripulación sale de su letargo mientras pinchan y gritan a las bestias.
El camello se erige con torpeza, sus vísceras desanudan horas de inmovilidad. La semilla se desliza, cayendo, pegándose de una pared a la otra. Sin capacidad para moverse por sí misma es empujada por los retorcijones del intestino del camello que impulsa, con los primeros y débiles pasos, la irrigación sanguínea del cuerpo.
Unas horas después, acalambrado por la espera, despierta el camello con los gritos de los marineros y estibadores que anuncian el descenso final. La bestia, empujada por sus congéneres es expulsada del establo, la tripa se llena otra vez de actividad, es un eco de los túneles de salida del barco.
Halado el camello por la caída de la rampa, se fatiga con el candelazo del sol caribeño. Lo atraviesa desde los ojos hasta el estómago. Los músculos del intestino, liberados por la fatiga, estallan sobre la rampa que se cubre con las heces del animal.
La semilla, traída al exterior por un espasmo, recibe una bienvenida solar. Los siguientes e inesperados eventos la separan equidistantemente de todo posible porvenir. Reposa la hijuela sobre la bosta, que reposa a su vez sobre la rampa. Son sólo unos segundos eternos. La oscura pata del siguiente animal, no menos fatigado, busca apoyo nerviosamente. Se afinca para no dejar caer su cuerpo adormecido. El tambaleo de la pendiente y la mierda resbaladiza sobre las tablas no ayudan.
La semilla toma vuelo otra vez pegada a la esponjosa pata, con el siguiente paso es lanzada al vacío, el agua turbia de la bahía la espera bajo la rampa, pero queda pegada a una grieta de la pendiente por una porción de excremento más pequeña que ella.
Se largan los camellos hasta desaparecer en la vieja ciudad, una secuencia de gritos anuncia la recogida de las amarras, grúas y rampas por la compañía portuaria que administra la descarga. Al izarse las tablas de la pendiente la semilla, despegada por una corriente de aire caliente, cae en una danza interminable al mar. Toca agua para desaparecer en el estómago de un voraz ronco habituado a alimentarse en las descargas matutinas del puerto. Esta pudo haber sido la relación de la planta del marabú con Cuba, pero ninguna historia con el archipiélago es breve.
Unas leguas después –próximo a la Calzada de Jesús del Monte– el camello, debilitado y a punto de derrengarse por el mareo de tierra firme, no puede controlar la musculatura del vientre y su intestino se vacía totalmente. Deja sobre los primeros adoquines de la calzada una carga de vida, una enorme torta de excremento que cambiará el curso biológico de la isla para siempre. Y sobra decir que el cambio del curso biológico de una isla implica el desvío de todos los cursos posibles.
2.
La propia planta parece borrar los trazos de su llegada. Como lo hace un bandido, cuando ata a la cola de su caballo una fronda para barrer las huellas de su fuga, el marabú aniquila las pistas históricas. Su genealogía cubana se enmaraña, se infesta de culpables.
Notas de prensa apuntan a la francesa Monserrate Canalejo de Betancourt, residente de la provincia de Camagüey, quien la importó como planta decorativa hace 150 años. El arbusto, después de superar su tímido crecimiento, debió desatar sus radículas por el jardín hasta las orillas del sendero de acceso a la morada. Los historiadores allanan la maleza: sólo le adjudican la culpa de traer plantas ya existentes en la isla, como la Aroma francesa y el Weyler, ambas muy parecidas al marabú.
Otra simiente se escapa por esos años del Jardín Botánico que poseía en la Finca El Retiro (Pinar del Río) el botánico José Blaín. Acarreada desde África, recorrió el Atlántico para sumarse a la que parece una contaminación inevitable.
Últimos estudios (no existen registros botánicos anteriores al siglo XIX que la mencionen) confirman la llegada en barcos negreros –en forma sistemática– de miles de semillas de marabú, digeridas en la costas africanas por las reses que traían para alimentar a los esclavos durante la travesía. La limpieza –en los litorales y puertos de Cuba– de los desperdicios de los viajes descargó, según esta nueva teoría, una enorme cantidad de semillas que tocaron tierra flotando o por las defecaciones de las aves costeras que revoloteaban los barcos negreros orillados.
Si la trata de esclavos duró en Cuba casi cuatro siglos –con intensidades puntuales recogidas por la historia– la isla parece haber recibido, por esa misma cantidad de siglos y en proporción a esos mismos puntos críticos, el castigo silencioso pero masivo de la llegada de la ‘espina maldita’, que es como llaman los árabes al marabú.
3.
Parece como si la planta, oportunista, se autoenviara a nuevos entornos. Sin pretender antropomorfizar ni caricaturizar, podemos decir que la semilla está guiada por una “inteligencia de tendencias”. Algo que le permite colocarse en la situación apropiada, mapear potenciales líneas de transporte, evitar zonas de resistencia y rechazo e investigar las deficiencias y debilidades, para olfatear anfitriones hospitalarios que ayuden en su proliferación.
Se trata de la inteligencia de una totalidad, embebida a nivel molecular. Mientras se deja guiar por estas “inercias tendenciosas”, se inserta en un nuevo ecosistema como un elemento del Confín, pero sin evadir su condición de entidad inasimilable durante el proceso de inserción.
La especie es intrusiva por excelencia, una entidad o fuerza que viola las líneas de demarcación y cerramiento con total impunidad. Pero es más que eso: una Intrusa que permanece ajena, porque los elementos, conductas y atractores que mantenían el orden o equilibrio dentro del ecosistema no pueden hacer nada para reducir sus efectos o alterar su comportamiento.
Sus propias maneras y conjunto de habilidades no se alinean con los comportamientos y habilidades –y limitaciones– que el ecosistema ha organizado en torno a sí. Es decir: son dos modelos que no se engranan. Los procesos de optimización genética y retroalimentación que contribuyen y mantienen el balance general, habitualmente lo suficientemente flexibles como alojar modificaciones razonables, no tienen respuestas para el cambio radical que la intrusión representa y desata.
Se trata de una captura de energía en el ecosistema, perturbando los patrones de distribución asentados. Quedan al descubierto los límites que éste puede sostener y la modalidad de equilibrio que le es intrínseco.
La Intrusa trae e introduce consigo al Confín, al menos de dos formas: como una presencia foránea (una anomalía física dentro del repertorio de morfologías recurrentes que altera los criterios de competencia dentro del ecosistema) y, como un índice de otros patrones de captura y consumo de energía, que el ecosistema invadido no puede permitirse el lujo de emular.
Si el proceso de depuración del ecosistema en un equilibrio prolongado se puede considerar un tipo de inteligencia, entonces La Intrusa puede entenderse como una instancia de inteligencia alienígena, una astucia extranjera en relación con el territorio en el que se ha anidado.
Esta inteligencia niega cualquier forma de asociación con su nueva vecindad, excepto al entender el nuevo territorio como una fuente de alimentación, como un campo para la extracción de energía. En poco tiempo, la especie invasora desata su tendencia latente hacia la desorganización, a pesar del impulso obsesivo del ecosistema de la isla por mantener la experimentación evolutiva en un espacio de posibilidad contenido.
4.
Trillos, continuidades… son las primeras formaciones de esta planta en la isla. Los primeros retoños diagraman o –mejor– bosquejan los vuelos de las aves, el curso del ganado desde los puertos y surgideros a las fincas, el deambular en las áreas de pastoreo y los recorridos entre zonas de trabajo y establos.
Aún depende la semilla trashumante de los metabolismos de otros seres, de la voracidad y sistemas digestivos de algunos animales. El hambre de la bestia es energía motriz para la hijuela. El ímpetu genético de la especie fluye por ramas animales: ramas que son gargantas, estómagos e intestinos.
La vaca, el caballo, el chivo o el ave son túneles: atajos de sobrevivencia por donde se desliza la especie. La distancia que recorre de una punta a la otra del animal, se amplifica con el recorrer de la propia bestia. Y en esos lapsus, se ausenta la semilla de su universo, de las lógicas del mundo vegetal: se excluye del paisaje.
Ya no se trata de superar el Atlántico: una barrera oceánica mortífera. El marabú atraviesa los órdenes naturales, se salta las eras de especialización del mundo biológico. Se sirve de especímenes y protocolos aparentemente más complejos y evolucionados que el.
La bestia –agujero negro con lengua extrae la semilla– la omite. La aparta de la isla, para expulsarla nuevamente por el recto a la campiña. En cien años de fuerzas y torrentes gastrointestinales se abarrotan los espacios entre deyecciones.
La semilla dotada de poliembronía, asegura y multiplica su germinación. El marabú dibuja sobre el campo, y con profusa fidelidad, el uso laborioso y continuo que el campesino hace del terreno, pero también deja grabado el ocio del ganado en sitios de pastoreo.
Las aves y murciélagos también propician erráticos dibujos. La inflorescencia de la planta –de abril a noviembre– atrae a los quirópteros que la polinizan. Se sirve el marabú de un insecto que tienta el sonar de un murciélago que esparce en su vuelo, el polen del diablo.
Ambos planteamientos –los dibujos de labor y los dibujos arbitrarios del ocio y la voracidad– se solapan y sobreescriben. Espirales, círculos perfectos y rotos, garabatos, líneas cruzadas y tangenciales, son las formas que toma la consolidación sobre la isla, de una invasión biológica aterradora. Con tal magnitud, sólo podemos remitirnos a un precedente histórico: la conquista española. Pero la nueva colonización parece venir desde el futuro, o al menos anticiparlo.
El marabú produce una enzima del porvenir, presagia los códigos organizativos del futuro; nos obliga a hablar de el en términos de vectores, de continuos, de multiplicidades, de redes e infinitudes. Para visualizar su expansión, hay que asumir puntos de vistas esquemáticos y extrapolar otros lenguajes de síntesis como el cine, la arquitectura de infraestructuras y de redes, la producción masiva de objetos genéricos, el espacio y tiempo informáticos. Incluso remitirnos a obras de arte con manejos a gran escala de terrenos y masas de agua como la Spiral Jetty de Robert Smithson.
Quizás la espiral de Smithson de 1970… y el ensayo sobre el proyecto… y el posterior filme de mismo título sobre ésta obra de tierra –ésta lógica de y…y…y…y… que surge obligada por una necesidad de multiplicar los puntos de vista, los modos de pensamiento, las oportunidades de síntesis– es lo que pudiera proveernos de un método de conceptualización adecuado para un entendimiento sobre la colonización del marabú. En lugar de cristales de sal, tenemos espinas y semillas de probada fuerza entrópica. En lugar de masas de agua y tierra, tenemos volúmenes de follaje y radículas en perpetua expansión. Y en lugar de ciclos hidrogeológicos –de los cuales la Spiral Jetty es rehén– tenemos el desenvolvimiento de un curso de masa vegetal con su propio devenir, indiferente al tiempo antropológico.
5.
Desde otro punto de vista esquemático, la isla es un plano de reflejo: un test de Rorschach impreso con auxinas y taninos. El eje de simetría es el horizonte.
El voluminoso follaje del marabú sobre la tierra se repite simétricamente bajo ella; entierra un pródigo y formidable sistema de raíces. Un eco de la colonización ocurre en las entrañas de la isla; allí la especie se fortalece, optimiza sus recursos y metaboliza en la oscuridad su dominio
La alusión a la prueba de Rorschach puede diagramar otras resonancias. La Intrusa es nómada, siempre evade su exterminio. Mientras uno se la imagina planeando su trayectoria invisible hacia el próximo entorno de acogida, la especie elabora una segunda estrategia de supervivencia.
Rehusando mantenerse a un nivel subsimbólico –o surgiendo de éste solamente como un temible intruso– el marabú se incorpora y altera la economía simbólica de los nuevos territorios que encuentra, sin intentar ajustarse homeopáticamente, ni facilitar que emerja una distribución de energía sostenible en el ecosistema que ha invadido.
“Sé que el terrible marabú, con su bosque de púas feroces, da un farolito lila, amarillo y blanco”– escribe Samuel Feijóo en Caonao por el año 1941. “Púas crueles” que “ya hacen un espinoso bosque”, le menciona en 1942. Hay propágulos en La segunda Alcancía del artesano (1962), en Viaje de siempre (1977) y en Ser (1983). Página tras página de Prosa (1985) arrecia la maleza, “circulando el pozo”, “dando garrotazos a los amenazantes brazos” y “las alborotadas púas”.
El poeta vegetal y folclorista cubano, deja colonizar su sensibilidad por el marabú: “Atraído por la fiesta matinal, salgo por el camino de los marabusales, todo erizado de púas.” O, aludiendo a las vacas: “…ellas trillan mucho, y, así el camino es, aunque estrecho, mas libre de púas y de los tronquillos que dejan los desmoches de los carboneros. Estos andan cortando el marabú que ya hace un peligroso bosque.“
El marabú metaboliza en los libros del poeta y –posiblemente– como hace para las vacas, abre estrechos pasajes para Feijóo: le deja andar. Agradece a sus vectores al mismo tiempo que los flanquea. La literatura de Samuel está contorneada por la maleza; ésta especie lo obliga a excluir de sus páginas la palma barrigona, el jagüey blanco, el aguacate cimarrón, la bruja negra. La genética de La Intrusa, evolucionada en tierras continentales, no encuentra competencia ni en la literatura más castiza.
La manigua de marabú le cierra las visuales al ‘sensible zarapico’. Quedan algunos parajes donde no la menciona, pero en otros es evidente que la maldita acecha los pozos, se precipita hacia los pueblos, estrangula los caminos. Las narrativas feijóoseanas se descompensan; las plantas endémicas absorben, a cada línea, menos tinta que la planta alienígena que ya atraviesa párrafos enteros con sus espinas.
La pulpa vegetal del papel resulta un entorno fértil para el marabú, que termina por enajenar la lectura. Feijóo, maestro de lo castizo, parece deportado a parajes ajenos en esos párrafos: la víctima de una abducción. Su infestada prosa testimonia un contexto cada vez mas alienígena. En su exacta síntesis muestra cierta fascinación por lo foráneo. Samuel descansa al interior del bosque y tiene una visión submarina. Las pequeñas hojas translúcidas batidas por el viento le embriagan. La invasión en las palabras afectadas del poeta, resuena –potencialmente– más peligrosa.
Ciertamente Feijóo no lo reconoce como un intruso, si acaso como maleza. Pasa que demasiado marabú sofoca la discusión moderna de lo autóctono latinoamericano y especialmente insular. La planta rechaza naturalizarse, crea su propio nicho ecológico, haciendo obsoleto el debate. Las jerarquías del paisaje autóctono quedan rebasadas; las palmas, indistinguibles. El marabú es “la tempestad”. Una fuerza concentrada y homogénea que, indiferente, borra tanto a Calibán como a Ariel.
Tal vez aquí la metáfora del Rorschach encuentra su límite, se asoma a su propio confín. La simetría –como congruencia o antinomia– entre el arbusto y su sistema de raíces, entre la ruta de las aves o el ganado y la trayectoria de la planta, entre Calibán y Ariel, entre Shakespeare y Césaire, entre naturaleza y cultura, se empieza a desarmar. La dicotomía y la lógica binaria se deshacen.
Las manchas del Rorschach se transforman sin reflejarse la una a la otra, como le ocurre en el rostro al personaje de los comics Watchmen (1986). Se derraman asimétricamente, sin relacionar sus fuerzas directamente. Los pájaros pueden seguir volando por la misma ruta hasta su extinción y, sin embargo, el marabú se desplaza sin depender de éstos. Busca o abre senderos en la cultura, en la literatura, la economía del souvenir, las nuevas industrias de biomasas. Uno ya no es dos ni dos uno. La dialéctica que nos enseña que se puede encontrar una manifestación de las condiciones estructurales en lo inmediato empieza a ceder espacios a la demanda de un planteamiento que busca enlazar regiones de pensamiento con lo que surge mas allá de sus confines.
Es decir, la presencia del marabú sigue por un lado elucidando las historias del colonialismo y estratificación de clases, de un capitalismo incipiente, de la primera globalización que se desarrolla mediante el “triángulo comercial de la esclavitud” (también conocido como Le Passage du Milieu). Pero también, deshaciendo la simetría del Rorschach con dos métodos de dialéctica desiguales, demanda otra modalidad de pensamiento, una horizontalidad de multiplicidades, donde territorios enquistados –el imaginario asentado de la isla por ejemplo, o una economía primigenia– se ven obligados a destensar sus bordes y asumir una nueva porosidad. Si no en el plano biológico, al menos esto parece ocurrir en el plano cultural. Una frontera, ahora agujereada, es atravesada como el camello desde su ojo hasta su violáceo ano –como la flor del marabú– por las lógicas foráneas del Confín.
6.
De la misma manera que devora hectáreas, el marabú devora espacios en los medios de comunicación. Desde las primeras advertencias públicas de Gonzalo Roig en 1915 o los versos y prosas de Feijóo de 1941 hasta la fecha, la planta devino el ente más ubicuo en términos mediáticos.
Las imágenes de nuevas comunidades rurales, promovidas en los periódicos, muestran edificaciones rodeadas de marabú. Los reportajes televisivos cubanos sobre agricultura están invadidos, el también llamado árbol de Navidad del Kalahari, asoma siempre por detrás del comentarista. Las espinas y hojas son ahora bits perennes y luminosos en las pantallas de los televisores.
El modelo multiplicador que, con el uso de espejos, explicaba el concepto de No Stop City (1969), del grupo radical italiano Archizoom, o la propuesta expansiva Monumento continuo (1969) de Superstudio, son hoy una frágil caricatura –en términos de representación– de lo “potencialmente infinito”, si lo comparamos con el marabú vectorizado por las vacas, la literatura y la prensa cubanas.
Si el proyecto cultural cubano TelArte se hubiera extendido veinte años más, las textileras estarían imprimiendo follajes, flores, espinas y semillas de marabú para diseminarlo por los sofás, los manteles, las cortinas, y los vestidos de la población. Y la plástica, sin el abrigo de la institución y del mercado, hubiese encontrado su emblema favorito: el erosionado contorno de la isla, desmenuzado por la punzante nueva figuración.
Las métricas locales también comienzan a serle útil. Una botella (sábado corto) llena de semillas, en las provincias centrales, sólo cuesta 10 pesos. Los sacos de vainas comienzan a viajar por la isla. El marabú se cuela por las apretadas fisuras de la normalización y la economía, invade terrenos más expeditos. Espacios lubricados por lógicas más fluidas como el comercio de artesanías, las economías emotivas y resistentes del souvenir y las fuerzas indetenibles de la decoración.
El cienfueguero Ian Mario, fabrica el interior de su casa con las ramas duras del marabú. “Tengo butacones, lámparas, medios puntos, paredes decorativas, apliques, variedades de porta maceteros, macramés en la pared y colgantes.” Uno se imagina a Carpentier, agitado en su lecho, buscando maneras de sumarle una nueva oración –de una importancia enorme ahora– a todas las páginas que dedicó al medio punto.
La foto muestra propágulos de marabú, aparentemente domesticados, metidos en un edifico prefabricado. Sus diseños recuerdan la serie Animales domésticos (1985) de Andrea Branzi. Para el arquitecto italiano el torrente de la producción industrial, de lo prefabricado y lo genérico, tiene un paralelo continuo en el torrente productivo de la naturaleza; entre ellos puede establecerse un amor híbrido. Pero los Animales domésticos de Ian Mario rebasan y actualizan los de Branzi. Al prescindir de las sustancias retóricas y simbólicas –cada vez menos nutritivas– que ceban el discurso del diseño y hacen más lentos sus movimientos en los flujos contemporáneos en un tendencia ineluctable hacia lo genérico.
Los Siul, unos fabricantes de muebles artesanales –en un abierto reto a François Roche y a la nueva obsesión de la arquitectura por los protocolos generativos de la naturaleza– dicen al periódico Juventud Rebelde que este año 2013 presentarán una casa de marabú para satisfacer las demandas de la población.
Adelantándose unos años, Redimio Pedraza Olivera, describe –también para Juventud Rebelde– cómo en la pared de su casa de Camagüey han brotado retoños de la planta por semillas atrapadas desde hace medio siglo en el cemento, validando las “paredes verdes” y los “jardines verticales” tan de moda recientemente.
Otros dan testimonios de brotes impetuosos de marabú, que atraviesan el chapapote de las carreteras cubanas. Semillas que yacen bajo las infraestructuras viales por varias décadas, acechando precipitaciones y amenazando, a la vez, la ortogonalidad omnipresente del modernismo.
7.
El marabú es un continuo. Es una estructura –siempre multilógica– moviéndose en senderos bifurcados, sin remitirse a la condición mas básica de lo paradójico. Por un lado su despliegue remite a estructuras de inestabilidad como el clima isleño y, por otro, apunta a constantes como la retícula inglesa de la Habana o los mogotes de Viñales. Ha superado las proporciones de un especie vegetal invasiva y ahora potencia su perennidad como un estrato del paisaje. Una capa activa que revuelve los sedimentos asentados previamente.
Pero esta nueva instancia apunta a una inteligencia superior, no se trata ya de un repertorio de agencias y tácticas vegetales, radículas suprasensibles buscando en el oscuro subsuelo de la isla los terrenos franqueables. No se trata de resolver con taninos y espinas la concentración de ciertos depredadores. No, la agencia del marabú opera con fuerzas mayores, se las entiende con conflictos nacionales políticos y/o económicos. Desde los campos de concentración de Maximiliano Weyler, las miserias que dejó en los campos de Cuba la Guerra de Independencia, o más tarde la persistencia del monocultivo y la tierra mal distribuida, hasta los más de cincuenta años de tierras sin campesinos.
Estamos hablando de una planta que puede, por un lado, prescindir del agua, y por otro, presentir inconsistencias en el terreno socio-político. Es decir, puede sacar provecho de su compleja estructura molecular para sobrevivir severas sequías, al tiempo que parece manejar y sacar provecho de contingencias mayores.
Se trata de un cambio de jerarquías y funciones en la estructura general del paisaje. La especie marabú, que era un sintagma (como lo es el césped dentro de un orden sintáctico mayor como el Vedado), permuta, no ya al orden general de la oración, pero al orden más estructural del código.
Como las lenguas inventadas por Xul Solar, el marabú brinca la cerca delimitante del orden. Deviene el código de una pan-lingua. Hace pesadilla –o desde otra perspectiva realidad– el sueño del continuo tricontinental. En cierto nivel lingüístico, los de Tijuana pueden hablar con los de Río de Janeiro; en un plano molecular, Camagüey es más familiar al Kalahari que al complejo urbano del Focsa.
8.
Debemos aceptar que el marabú ha construido un nuevo escenario, ha transformado la isla en el Confín. Lo ha hecho, en primer lugar, por su condición de agente inadmisible, de alienígena que no se aplatana (la especie en Cuba no ha variado, sólo ha atrasado su período de floración), aunque está dejando huellas irrevocables, fijando nuevas cualidades.
En segundo lugar, porque en su desmesurada expansión ha empujado a la extinción a especies autóctonas, haciendo más extraño y uniforme el paisaje, cambiando un ya consolidado arabesco de fauna y flora por otro que todavía mantiene cierta flexibilidad mientras se homogeniza y establece.
En tercer lugar porque, al apoderarse de la gramática geográfica de la isla, ha tiranizado las actuales dinámicas económicas nacionales, imponiéndose como un único recurso disponible mientras drena las energías empleadas en su erradicación.
En cuarto lugar, porque en vez de convertir una región hostil en un contexto idóneo para la producción humana –como fácilmente se puede imaginar–, ha transformado, mediante un proceso de terraformación inverso, un territorio simbólico y geográficamente domesticado en un paraje salvaje y crudo, una manigua alienígena.
Y mientras cambia el paisaje cambian los vehículos mediante los cuales se le representa. Lo vemos como una entidad extraña que, sin resistencia, se cuela en los escritos de Feijóo cuando sus campos tropicales se empiezan a parecer más a Marte que al Caribe. O cuando se filtra en el ámbito productivo del souvenir y nos retorna un reflejo de lo que ya no es la isla, un reflejo que se nos encima desde el futuro.
De la fricción incesante entre el marabú y lo que ya está calcificado a nivel simbólico y económico en la isla, en lugar de chispas –como en el roce severo de rocas o métales– brotan líneas de poesías, imágenes mediáticas, nuevas tipologías de souvenir, morfologías de muebles y mediopuntos vegetales, estructuras arquitectónicas que prometen devenir nuevos asentamientos.
Es fácil imaginar, cercado por esta cascada de nuevas formas, el avenir de una nueva pintura, una inesperada moda, cosas persiguiendo una congruencia con este nuevo mundo. Y todo esto, todas estas novedosas formas, en su conjunto, forman un paisaje nuevo –una costra de biomasas y flujos de energías que apenas se está cuajando– que exige un Canto General updated, un Canto General del Confín, o un nuevo y radicalmente diferente tomo de Odas, o el Enemigo Rumor de un barroco de vectores.
“Greek light” – Modular lamp made out with Napalm B (colored polystyrene and gasoline) Ernesto Oroza, 2013
More info at: Navidad en el Kalahari, Cristo Salvador Galeria, Sept – Habana, 2013
“…generic and ubiquitous elements of urban life that reveal the composition of the contemporary city as a distributed network of patterned practices.”
The Miami Rail’s Brian Droitcour features Gean Moreno and Ernesto Oroza: “Street View”.
STREET VIEW
Brian Droitcour
I walked twenty blocks from Wynwood to Downtown Miami before I took a car back along the same route an hour later. At a foot pace, the garages and open lots showed me their garbage, their tired weeds, their trucks parked at extravagant angles. The limp X where the train tracks meet North Miami Avenue was a real no-man’s land: left without a curb or a zebra, I scurried across to the safety of the shady sidewalk beside the cemetery. On the return drive, the street-level entropies receded from my sped-up gaze, which took in the horizons of high-rises, the persuasive lines of the city in its totality. Gean Moreno was driving. “Miami is an experimental ground for the investment of foreign capital in an American city,” he said. I mentioned the disbelief I had felt on my last visit to Miami, nearly five years earlier, that all the new construction would turn profit. But Moreno told me that an influx of Latin American money kept developers in business. It goes on. He told me about the Singaporean company pouring three billion dollars into a casino. And yet, some of the big buildings we drove past were empty, their ground floors cinder-blocked and fenced in to keep out squatters. Even at forty miles an hour the city has visible chinks that describe the forking paths of plans and life.
Moreno and his collaborator Ernesto Oroza pay close attention to Miami’s frayed urban fabrics and the spontaneous actions applied to mend them. They document them in the Tabloid, a series of newsprint publications produced in conjunction with installation projects. The latest issue is a study of “moiré houses”: homes used as part-time barbershops or bakeries, whose functional zoning flickers between residential and business, like the optically unstable overlaid grids of a moiré pattern. Other installments have examined the repetition of faux-stone ornament, Royal Palms in lobbies, sidewalk speaker systems—generic and ubiquitous elements of urban life that reveal the composition of the contemporary city as a distributed network of patterned practices. In Moreno and Oroza’s installation, the accumulation of found sculptures and the repeating designs of the newspapers covering the wall make this vividly palpable, while elevating the visibility of local practices scaled to human bodies over the busy geometries seen on Google Maps. “Whereas the global approaches of modern architecture relied on criteria extrapolated from an imaginary and ideal future, these new practices aim to start with an understanding of what exactly is needed and possible at a local level,” they wrote in “Learning from Little Haiti,” a 2009 essay for e-flux journal. “Teleology is replaced with radical pragmatics.”
“feeling bad for all my NYC friends who can’t experience the joy of @Walmart”: This is a tweet from Manuel Palou, or @artnotfound, that I read last May, when he made a Miami Walmart his studio and gallery. He discovered that the length of the pool noodles matched the width of the store’s aisles, and used them in installations that blocked passage through the toy section. He took a dozen pairs of black galoshes off the shelf and arrayed them in a militant row on the floor. He took photographs of his handiwork and sent them to Twitter immediately. “Literally been in @Walmart’s toy section for like an hour now and loving it,” he announced. “@artnotfound Our toy section does have a great selection,” came a reply from Walmart’s account. “Hope you found everything you were looking for!” Twitter offers the potential for fleeting personal contact with a big-box brand—though as Palou’s interaction shows, the brand’s polite distance can make this contact absurd. The cheery emptiness of Walmart’s reply echoes the way the corporation’s development plans respond to aggregates of urban populations. Search for “Walmart Miami” on Google Maps, and the city turns into a crater, dotted with Walmart’s pips along the ring. Its brand is about antiseptic convenience, but if you go to a store (or make a vicarious visit via www.peopleofwalmart.com) you find the fragrance of disinfectant mixed with body odor and snack foods. The cheapness percolates up through the floor plan’s orderly grid. Palou’s ephemeral sculptures exaggerated and relished the weirdness of these juxtapositions.
Palou collaborates with Moises Sanabria on the art duo Art404. Their exploits have included loading a one-terabyte external hard drive with $5 million worth of pirated media, provoking a member of the hacker group Anonymous to take down Gagosian.com, and riffing on Damien Hirst’s spot paintings by making prints that follow the rules Hirst devised for his fabricators but replace the spots with round brand logos. Some of their projects may come off as puerile. (When I was in Miami, Palou showed me pictures on his phone of a sculpture he’d made from marijuana; he had manipulated the installation shots in Photoshop to make it look enormous.) But even so, they pointedly articulate a symbiosis between technologies of order—whether in information networks or urban architectures or the zones where the two meet—and the creative activity generated at their nodes and gaps. In that regard, they share a sphere of interests with Moreno and Oroza, even if their approaches differ dramatically. They prefer action over research as a mode of art-making, Twitter over e-flux journal as a platform of public address.
Though they work in an environment of abundance, Art404 sometimes artificially create scarcity as a conceptual gesture. For their recent project “1 man 1 phone” (2012), Palou left his home on a Saturday morning with nothing but his phone and a charger, and became “homeless” for the weekend. He made a new Twitter account, @1man1phone, and used it to solicit strangers for food and shelter. His refrain: “I am Manny, a local homeless artist who could really use a meal. Could you help me out with some food?” As he tweeted this at other users in Miami, he walked around the city in search of available outlets so he could keep his phone charged. Sanabria was at the Conflux Festival, an annual weekend-long exhibition of performance and interventions in New York, running a projector with the Twitter window open and a map tracking Palou’s movements.
@1man1phone received some sympathetic replies. “thats pretty interesting. i hope you dont starve cuz unfortunatley society is in sympathical ruins!!!” wrote one. “i dnt think many homeless have phones,” said another. “you have pretty good grammer for a homeless guy” was another skeptical reply. Women who received his tweets said they’d be happy to help, but they worried he could be a predator. At least one user reported @1man1phone to Twitter and it was suspended just hours after it had been opened. Twitter’s Terms of Service lists violations that lead to suspension, but keeps it flexible: “What constitutes ‘spamming’ will evolve as we respond to new tricks and tactics by spammers.” Palou was perhaps guilty of sending “large numbers of duplicate @replies or mentions,” or maybe his tweets were identified as harassment. In a city where signs proclaim “No Panhandling Zone,” Palou experimented with begging on another system, and soon found new restrictions there. (His second account, @homelessmanny, managed to survive online until Sunday night when the project ended.) But offline he was inconspicuous. He still looked like a consumer. He could slip into the public bathroom at Staples where, to his delight, he found an electrical outlet and a shower, and satisfied the physical needs of his phone and himself.
In “1 man 1 phone,” Art404 acted out the alignment of urban space and information networks. I think of the work as a performative variation on Moreno and Oroza’s installations, where they visualize distributed and repeating connections by wallpapering their patterned tabloids around found sculptures. “The non-space of the ATM kiosk is no different from the collection of any-space-whatevers that constitute the cookie-cut corporate campuses of Omaha, Nebraska; Mumbai; and Santiago,” Moreno wrote in “Notes on the Inorganic,” published by e-flux this year. “[B]oth float freely, severed from their contexts, structured for particular ends.” Space becomes information. Consumers become information, too, as encounters between people and their urban environments are expected to be fast, transient, and gainful. Walmart wants its aisles to guide its guests through an easy shopping experience. Twitter generates individualized suggestions of users to follow, whose updates and links will be useful, at least as entertainment value. The problem of homelessness is not “nowhere to live” but “nowhere to go”: it begets lingering presence in the city’s channels of movement; it generates social and economic transactions that appeal to emotions less goal-oriented than desire. Spam clogs the Twitter feed, distracting users from their information consumption, vaguely threatening them with viral infections. The identification of homelessness and spam in “1man1phone” paths evoked the slightness between expectations of the navigation of internet space and movement in the city, and how one man with one phone builds connections amid the online and offline fields of the any-space-whatevers. Taken together, the work of Gean Moreno and Ernesto Oroza on one hand and Art404 on the other construct a panorama of the systems that govern everyday life and the people who negotiate and respond to them, across a broad spectrum of images and voices.
Carter & Citizen
2648 La Cienega Ave.
Los Angeles, CA 90034
213.359.2504
Organized by DE LA CRUZ PROJECTS in collaboration with Carter and Citizen
Curated by Omar Lopez-Chahoud
OPENING RECEPTION:SATURDAY, JUNE 29, 6–9PM
GALLERY HOURS: JUNE 29- JULY 12 (WEDNESDAY- SATURDAY 12-6PM)
ANDRES CARRANZA
JOHN ESPINOSA
FRANKLIN EVANS
ALEJANDRO GUZMAN
ERNESTO OROZA
Central America in Focus | Pinta London 2013 is delighted to present a special curatorial space focusing on the most interesting emerging and established artists from Central America. Omar Lopez-Chahoud will curate new works by Andres Carranza, Franklin Evans, Ernesto Oroza, Federico Herrero, and Hector Arce-Espasas for De la Cruz Projects.
http://www.delacruz-projects.com
Dreams and Realities : Visions from Taiwan and Cuba of a Post Cold-War World, Chi-Wen Gallery in collaboration with Peter Kalb and Joe Lin- Hill, at Art Basel in Hong Kong, from May 23rd – 26th, 2013.
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La fusión de gasolina y espuma de poliestireno (poliespuma) se ha usado en Cuba por muchos años. El combustible consume cada molécula de oxigeno derritiendo el plástico hasta convertirlo en una masa grisácea que toma diversas contexturas en relación a la proporción. La voracidad de la gasolina en el proceso produce, al observarlo, cierta fascinación, metros cúbicos de poliespuma son absorbidos hasta desaparecer en un instante. La mezcla se utiliza para sellar peceras y fisuras en las ventanas y muros, reparar espejos, hacer lámparas uniendo fragmentos de vidrio. Recuerdo una guitarra reparada, unos espejuelos, un botón de un televisor, álbumes fotográficos que exhalaban al abrirlos, con las memorias, olor a combustible pues las fotos fueron pegadas con esta super masa.
Esta primera aproximación y producción incluye espejos, lámparas, percheros, enchufes y tomas eléctricos, cabos de cuchillos y de punzones, joyas, envases, celosías, una gruta, textos volumétricos y otros elementos de difícil definición y usos.
MANIFIESTO DE POLIESPUMA CON GASOLINA.
Una materia gris chorrea por toda la isla.
Se mete entre las dos mitades de una sirena, se asienta bajo la cabeza de un indio americano en un altar, se derrama bajo la copa de una santa de yeso.
Dicen que las colas de los cóndores de Allende (1972) fueron pegadas con esta masa años más tarde, después del desastre en la Academia de Ciencias.
Matilde abre un álbum de fotos y llora por el olor a combustible.
Con las plantas de montaje de televisores Caribe llegó la poliespuma a Cuba, la trajeron los soviéticos. También trajeron gasolina.
Fueron los soviéticos, pero ya toda esa baba había salido de la tierra para pegar cuellos, vientres y patas de caballos de porcelana, también salidos de la tierra.
Sale de las entrañas pero la escupió el cielo en Trảng Bàng.
La ciudad huele como Doha.
Del desayuno bajo una lámpara art noveau –arte nuevo de verdad diría Feijóo– la masa sube contorneándose como bejuco; reúne cada pedazo roto de vidrio mientras se deja atravesar por la luz.
Preparar la mezcla, además de oxígeno, consume tiempo. Acumular una cantidad útil toma semanas.
Mi padre pega sus espejuelos y un botón del televisor.
Pero ¿y si la masa se desparrama de los pomos came donde ahora duerme? ¿Y si sale a la calle y empieza a pegar cabezas de indio en culos de sirenas? ¿Si se emborracha con su propio aliento y decide ser una capa geológica tiránica, como la boronilla de urbe y carne que yace por la isla, o como el marabú?
Miles de envases con unos mililitros de gasolina –dos o tres dedos– acechan en los balcones y patios de toda la isla.
Cuba es un agujero negro que puede devorar, en segundos, toda la poliespuma del universo.
Notes sur la maison moirée (ou un urbanisme pour des villes qui se vident)
Gean Moreno et Ernesto Oroza
Préface : Victor Lévy
Co-édition : Cité du design et École nationale supérieure d’architecture de Saint-Étienne
Six textes composent Notes sur la maison moirée (ou un urbanisme pour des villes qui se vident). Le premier texte, qui a donné son titre à l’ouvrage, montre comment, face à la pénurie et pour résister à la crise des subprimes aux États-Unis, les individus vont devoir réinventer leur habitat, produire des objets hybrides, bâtir une autre vie quotidienne dont les effets vont déborder sur le paysage urbain et le modifier. « Apprendre de Little Haiti » est l’histoire d’objets provisoires installés par les habitants et les ruses que chacun déploie pour implanter un objet inattendu mais essentiel dans ce quartier de Miami. « Treize façons d’observer un dépôt-vente » dresse un portrait de la consommation et des modes de vie à travers une lecture singulière des objets qui se stratifient dans un dépôt-vente. « Treize façons d’observer une landscape nursery » s’attache à décrire les objets stéréotypés d’une pépinière qui envahissent et transforment le paysage urbain. «Modèles de dispersion : notes sur le projet Tabloid» imagine une fable, celle d’une eau tachée par les teintures de cheveux de vieilles femmes qui se déverse dans la ville. La fable se transforme en réalité avec le projet de dispersion d’un motif de design via un tabloïd dans l’espace urbain. Enfin, « Objets génériques » étudie les paramètres physiques des objets les plus ordinaires (palettes de bois, poubelles urbaines, casiers à lait ou échafaudages) et montre comment ceux-ci conduisent à la construction de systèmes complexes.
Reading Room @ Julius Caesar
3311 W. Carroll Ave. Chicago, IL 60626
organized by Sean Ward
http://juliuscaesarchicago.org/reading.html
Nas bancas> Miami e Havana: em busca do “Para-ISO”
Utopias do progresso e constrangimento à criatividade são comuns às duas cidades
Texto e fotos exclusivas de Ernesto Oroza para a seção Territórios da Revista Select
http://issuu.com/editora3/docs/select_10_desgustacao/87?e=0
2013/03/17
Gean Moreno and Ernesto Oroza
http://artforum.com/picks/section=us#picks39518
ALEJANDRA VON HARTZ GALLERY
2630 NW 2nd. Avenue
February 7–March 28
View of “Drywood,” 2013. “Drywood,” the title of this exhibition, refers to Cryptotermes brevis, a termite that can survive with barely any water, relying on six rectal glands to retain all moisture from digested matter. Endemic in Florida, it is an apt symbol in the hands of Gean Moreno and Ernesto Oroza, who here use the insect to signify another tropical infestation—the tourist souvenir. Just like a termite gnaws through walls, a souvenir eliminates the distance between cities and undermines their autonomous identity by propagating a simplistic, generic reading of a place. For their first exhibition at this gallery, Moreno and Oroza have placed twelve cement balls—each fifteen inches in diameter—in two neat rows across the front space. Before the concrete was poured, the artists stuffed the molds for the balls with Florida-branded beach towels featuring dolphins and sunsets, and now the spheres hemorrhage patches of brightly colored terrycloth. In its raw materiality and its role as a protective shell, the concrete hints at both the manufacture and the transportation of these souvenir items. Moreover, the anonymous surfaces, crisp and unadorned save for the prints of sea turtles peeking through, underscore the inherent sameness of all tourist items—the tchotchke Platonic ideal.
But the cracking face of the spheres realizes a breakdown of the logical dissemination of the souvenir and similar consumer items, a crisis that is examined in the rest of the show. Stapled to the walls in ordered repetition are twenty-four issues of Tabloid, Moreno and Oroza’s single-page newsprint journal, at once a record of their practice and an ongoing critique of mass production. A bootleg copy of Glauber Rocha’s 1972 Brazilian film Cancer plays in the back room. The visceral memory of the Brazilian avant-garde is evoked by Rocha’s self-proclaimed experiment in minimal editing, and within this streamlined world of the spheres and the newspapers, it is a rambling, amorphous intrusion. Like the termite, the film burrows through the traditional borders of shot and scene by actively ignoring editing. Here is the crux of Moreno and Orozas’s argument—an attempt to unite the production and distribution of souvenirs through the strange biology of termites. Throughout the show, the uneasy placement of the objects foreshadows future rupture. The artists have set the spheres on the cracks between the floorboards and one, set off by the crack, seems to be threatening to tunnel—not unlike Cryptotermes brevis—right through the drywall. — Hunter Braithwaite